"Soy un pobre guachito, nadie me quiere" repetía cuál letanía el niño al marcharse del pueblo, y sus vos hacía eco en la quebrada salpicada de cuevas, "Soy un pobre guachito, nadie me quiere" volvió a decir...
Dos viejas mientras barrían una imaginaria vereda, vieron pasar al niño al marcharse, "Pobrecito el guachito, nadie lo quiere, se va a ir del pueblo...", "Ma que pobrecito, es el hijo de Nazareno cruz!!"..., "Que se vaya a la mierda, entonces!!!"...
Y así fue como abandone el pueblo, solo y con dolor, me olvide de todo, hasta del nombre de ese lugar que estaba maldito en mi memoria, ¿o acaso la maldición pesaba sobre mí?.
No olvidé mi nombre, "Tomás Cruz", y crecí lejos de ese pueblo olvidado por mí y por la mano de dios, soñé con ser piloto de avión de guerra, un "Top Gun", pero siempre odié las guerras y me decidí por las ciencias veterinarias, siempre infundí cierto respeto en las bestias, hasta la más feroz de las alimañas se aquietaba en mi presencia, más que respeto, era miedo, pero eso no lo sabía.
Cierto día tuve que ir a un pueblo, una extraña ¿enfermedad? atacaba misteriosamente al ganado lanar del lugar, leí el nombre del lejano y solitario paraje "Galápagos", esa palabra resonaba en mi mente, me hablaba de otros tiempos lejanos, de niñeces perdidas. Cuál araña que teje pacientemente su tela, mi destino tomaba forma lenta pero constantemente.
Y llegué, me instalé y comencé mi trabajo, la investigación de esa extraña enfermedad, recibí la bienvenida y la colaboración de los lugareños que se mostraban simpáticos, salvo de la bruja del pueblo "La Lechiguana" le decían o se hacía llamar, era como si me conociera, "No te enamores Cruz" me dijo, "Cuando conozca el amor, Cruz, la maldición caerá sobre ti", "No te enamores Cruz, no sigas la suerte de tu padre, el Nazareno"... Vieja loca, de mi padre no me acordaba, ¿Qué podía saber ella? Quizás lo había percibido al otear las cenizas de la fogata, vieja loca, irracionalidad alejada de todo punto de contacto con la ciencia, que todo pareciera saberlo.
Una tarde, cuando caía el sol, y un suave viento mecía el delicado polvillo que cubría las solitarias callejuelas, decidí darme una refrescada en el río que había bajando la cuesta. Un grupo de mujeres, pareciendo olvidar que ya estabamos en el siglo XXI, lavaban sus prendas a la vera del río. Y ahí fue cuando la vi, ahí estaba ella, y ahí fue cuando me enamore, de sus cabellos color azabache, de su piel morena (que quiero besar), de su cuerpo, de toda ella, y ella se enamoró de mi, o al menos le gusté, vaya a saber el porque, quizás porque era forastero, quizás porque era inclasificable en las categorías que ella conocía, o quizás porque tenía todo los dientes (algo asombroso entre mis desdentados compañeros de sexo en aquel desolado y polvoriento pueblo).
Fuimos felices, fui feliz, mientras duró esa alegría, olvidé a que había venido al pueblo, el rumor del río era la banda de sonido de nuestras caricias, la estrellada noche, nuestra cómplice, solitaria testigo de nuestro amor.
"No te enamores Cruz..." había dicho esa vieja, La Lechiguana... "La maldición Cruz..." resonaba en mis oídos... "Lo mismo le paso a tu padre... el Nazareno..." había predicho. Y entonces vino la noche, y con ella la luna, la luna llena, y el dolor, el fuego que me quemaba las venas, la boca seca, la mutación, hambre, sed, sed de sangre, sed que tenía que ser saciada, una noche una gallina, una noche un conejo y otra una oveja, y de día ese gusto agrio, esa pastosidad, esas muertes inexplicables, esas víctimas desangradas, que con todo ahínco investigaba sin sospechar siquiera la verdadera razón (o la carencia de la misma).
Una mañana, mientras caminaba, y el eco mis pasos resonaba en la quebrada, fue que se me apareció, satanás lo llamaban, lucifer, el mismísimo mandinga en persona, vestía de negro, como la noche, su fiel amiga, sombrero negro con borlas, parecía un andaluz o algo así (si así es como lucen los andaluces, vaya uno a saber), "Que mal, Nazarenito!!, te enamoraste, como tu padre!!" Me susurró al oído, con una voz que recordaba el silbar de una serpiente, que al parpadear me pareció ver en el lugar que ocupaba ese ser, y de nuevo estaba el maligno, "Tu cuerpo pide sangre!!!... pero no de bestia!!!...", y al mirar vi un macho cabrío, y otra vez él con su hipnótica voz, "De bestia no... Nazarenito... tu cuerpo pide sangre de humano!!!" y esa última palabra rebotando en la quebrada, en los cardos, el viento trayéndomela a mis oídos, y al mirar ya no estaba, quizás lo había imaginado, quizás no. El círculo se estaba completando, un triste "mandala".
Pasaron los días, y parecieron borrar de mi memoria esos tristes sones, otra vez todo fue felicidad junto a mi amada, otra vez su piel morena que me embriagaba, sus labios, dulce fruta, su cuerpo que recorría todo sin saber que era como una autopista al infierno, al que mi alma descendía cada día más, a la par que mi cuerpo se elevaba junto al de ella.
Y llegó la noche de aquel fatídico día, otra vez fui bestia, y quería sangre, y ya me habían dicho, solo una sangre podía calmar mi dolor, sangre como la de ese ebrio, durmiendo bajo la luz de la luna llena, sangre que brotaba a borbotones, ahogando sus gritos de pavor y sufrimiento, sangre que calmaba el ardor de mis venas. Pero alguien escuchó, y el pueblo entero salió a buscar a esa bestia, llamaron al veterinario pero no salió, "Andará de romance" se convencieron y encontraron el cuerpo, y eso enardeció aún más la turba, que clamo por venganza, y persiguieron y acorralaron al animal, "Es un lobo"... dijeron por ahí, "Vamos a darle lo que se merece", "Matar borrachines", "Faltaba más" se escucho decir, primero fue una piedra, la siguió una lluvia de ellas, y la bestia herida de muerte, cayo al río, y el río se llevo al cuerpo del Nazareno, al Tomás a una cueva, lejos del recuerdo de la gente.
Pasaron los meses, y una mañana, el llanto de un bebe al llegar acompañó el último exhalar de una madre que partía. "Le pusieron Nazareno..." le dijo la vieja parturienta y bruja del pueblo, al que todos llamaban La Lechiguana al mandinga, que le hacía compañía. "La serpiente se muerde la cola..." pareció agregar. "Y si... así son las maldiciones... vieja chota!!".